miércoles, 8 de enero de 2020

Batallando al dictador

Siento que estoy perdiendo mis capacidades. Todos los días tengo que lidiar con un pensamiento fuerte que me dice que no sirvo para nada, que todo lo que era lo perdí, que no voy a volver a recuperarlo. Tengo flashes de cuando estaba bien, o al menos cuando deseaba firmemente volver a mi casa para al menos hacer alguna tarea del hogar, o disfrutar de tiempo de ocio. Hoy en día no me pasa nada de eso. Tengo ráfagas de voluntad muy forzadas en las cuales pienso que determinadas cosas valen la pena, pero me dura poco. Aparece el dictador que toma control de mi cerebro y me llena de pensamientos negativos. Me hace pensar que nada vale la pena, que no tengo capacidades, que no tengo personalidad, que nadie me quiere, que no merezco que me pasen cosas buenas, que no voy a poder con nada y que estoy condenado a vivir en la depresión eterna.
Sin embargo, ese dictador tiene puntos débiles, después de todo es un milico burro. Ese dictador no entiende lo que es el amor, no entiende lo que es un acto desinteresado, porque solamente se dedica a destruir sin proponer alternativas ni preguntar. Es lisa y llanamente un sorete al que no le importa nada. ¿Cómo lo enfrento? Con pequeñas acciones. No puedo pretender pasar a ser el más optimista del planeta de un momento a otro porque estoy batallando contra una enfermedad. Pero esas acciones sirven. Hoy, por ejemplo, voy a volver del trabajo caminando. Hoy pensé en qué actos desinteresados de amor puedo tener para hacer que el dictador se quede desorientado. Hoy QUIERO VIVIR, QUIERO SENTIRME BIEN

martes, 7 de enero de 2020

El ómnibus trancado

Volvía de un viaje largo, en apariencia el 427, pero que parecía un viaje más largo, como los de los ómnibus de tres cruces. Iba con mi hermana, y con una mujer a la que identifico como una compañera de la utu llamada María Noel, con la que en ese momento me llevo muy bien a pesar de que no nos vemos hace 10 años y prácticamente no nos hablábamos. Ella estaba muy enérgica, haciendo comentarios permanentemente. Mi hermana y yo estábamos tranquilos.




En un momento, el ómnibus pasa por una zona donde hay un montón de gente jugando al fútbol. Empiezan a hablar entre ellos sobre la presencia del ómnibus, hasta que uno de ellos dirige un pelotazo hacia el sector en el que estaba. A pesar de que debería haber dado en el vidrio, me da en la cabeza a mi. Yo dudo entre si putear por lo que pasó, o si no hacer nada. Finalmente opto por no hacer nada. Sigu
e el tumulto en el lugar donde estaban jugando al fútbol. El ómnibus detiene su marcha, y yo me empiezo a poner nervioso porque no va a llegar a destino, por trararse de un viaje largo. Cuando estaba por ir a preguntar qué pasaba con el ómnibus, el viaje termina en un punto medio, en la plaza de rivera y julio cesar. Bajo ahí con mi novia, con María Noel mi compañera de Utu, y con mi hermana. María Noel me deja con mi hermana, porque, como excusa, va a saludar a un famosillo del mundo under y dice que éste tiene hijos. En ese momento, me doy cuenta que estoy desnudo en la plaza, y empiezo a buscar alternativas para que nadie se de cuenta. Me tiro al piso, como si ahí hubiera agua. Empiezo a pensar a quién podría pedirle ropa mi hermana y me quedo ahi tirado, soñando con que pudiera taparme con el agua

lunes, 6 de enero de 2020

Me odio, me detesto



"Me odio, no me sorporto, me detesto". Eso fue lo que le dije a la psicóloga ayer. Incluso, sentía que tenía comprometida el habla, que hablar era un esfuerzo demasiado grande. Los pensamientos se me atravesaban la cabeza a una velocidad muy rápida, todos negativos, como una gran nube negra que me imposibilitaba comunicarme con los demás, ni siquiera por whatsapp.








No pensaba en matarme, porque hubiera implicado demasiado esfuerzo. No tenía la capacidad de sentir, ni de desear, ni de quererme, ni de querer, ni de dejarme querer. La vida me pasaba por el costado, mis reacciones eran siempre tardías, todo me parecía espantoso. La sesión pasada ella me había planteado que anotara metas concretas, para superar la ansiedad de pensar que todo está mal. Mes a mes, semana a semana, día a día, la idea era enfocar mi cabeza en algo más concreto. Lo hice, tenía bien claro lo que pretendo por el mes de enero: volver a trabajar, volver a confiar en mis capacidades, entregar la llave del apartamento en el que tuve el brote en una fecha específica, compartir tiempo con la gente que quiero.

Cada una de esas cosas, por más que tienen la mejor intención, me generan una ansiedad difícil de describir. ¿Y si no me levanto para ir a trabajar? ¿Y si me levanto, me baño, salgo a esperar el ómnibus, y me vuelvo corriendo? ¿Y si voy a trabajar, me recriminan por todo lo que pasó, y me da un ataque de llanto? Ante cada una de estas tareas, me surgían los peores pensamientos. No podía dejar fluir. No podía confiar en mi. Pensaba que me merecía pasar mal, que si fui capaz de ceder ante una situación de locura entonces no estoy apto para pasarla bien. Necesito castigarme, sufrir, porque me odio.


Sin embargo, no pasó nada de eso. Me levanté, me bañé, saqué energía de algún lado para ir a la parada y para presentarme en sociedad frente a un montón de gente que en su mayoría no me interesa, con la que solía compartir mi día a día hace algunos meses. Me recibieron bien, de forma bastante sobria, sin hacer escándalos ni preguntar demasiado. Se limitaban a venirme a saludar con un "bienvenido", o simplemente a saludar desde lejos con una sonrisa. Distinta fue la situación con mi supervisor directo. Con él tuvimos varias reuniones. En una de ellas, con la voz entrecortada, y haciendo un esfuerzo enorme por hablar, necesité contarle lo que me pasó. Le dije, básicamente, que me piró la cabeza. Él me dijo que no tenía que darle explicaciones, ni pedir disculpas, porque sería tan absurdo como hacerlo por ausentarse por gripe. Me asignó una tarea que sería una prueba importantísima: una autoevaluación burocrática. Me enfrenté a una hoja en blanco donde tenía que decirle a él y a la empresa qué tan buen empleado me consideraba, para en un futuro evaluar si eso implicaría una suba de sueldo. Absorbido por la nube negra, pensé en decir que todo lo que hice fue un desastre, que no progresé en nada, que no cumplí ninguna de mis tareas de forma satisfactoria. Sin embargo, algo me hizo completarla, a pesar de que la nube negra había tomado el control del todo.


Me fui a la psicóloga insultándome en voz alta por la calle. "Sos un imbécil, no servís para nada, ni siquiera para identificar tus problemas. Repetía lo siguiente: "No te dejas querer, no sabés qué querés, no sos fuerte, sos un débil de mierda, ni para crearte problemas sos bueno". Mi psicóloga me preguntó por qué me odiaba tanto. No supe responder, simplemente me quedaba callado y decía que no podía disfrutar de absolutamente nada. Le conté que tenía depositadas muchas expectativas en el fin de semana co
n mi pareja, para que me hiciera sentir bien, y me generó el efecto contrario. No pude disfrutar de nada, me pasé triste, llorando, pensando que eso iba a ser momentáneo porque yo me había encargado de derrumbarlo. "Contame, Ruben, qué es tan grave de lo que te está pasando?, me dijo en un tono más imperativo. Tampoco supe responder. Atiné a decir que estaba recibiendo amor de mis amigos, de mi familia, de Carolina, pero que a pesar de ello me sumergía en una sensación de tristeza que me hacía pensar que absolutamente nada valía la pena, que no servía para nada, y que a pesar del amor demostrado seguía actuando por inercia, triste, sin esperanza en nada.


Hurgó, me habló de que mi estado depresivo se debe a la falta de deseo, porque el deseo nos hace disfrutar. Y para disfrutar es necesario tener un propósito por el que levantarnos día a día, que es el que no estoy encontrando. A pesar de todo esto, me levanté para ir a trabajar cuando podía haberme quedado durmiendo, vine a trabajar cuando podría haber corrido de vuelta a casa por el miedo. Y ahí ya estaba tomando decisiones. "Todos los días uno se levanta con un propósito, para enfrentar a la muerte. Si no, tanto nos da vivir o morir". Esas palabras me quedaron resonando, pero seguía sin abrirme, sin decir nada, pensando que la sesión me estaba pasando de costado como el resto de las cosas de la vida.

Hasta que me empezó a decir que soy una persona querible, que se hace querer, que se preocupa por el otro, y que por eso aún en esta situación de depresión la gente a la que quiero se sigue preocupando por mi. Me dijo que a pesar de toda mi situación negativa fui capaz de preguntarle por su pie lastimado, lo cual es una muestra de eso, y fue hurgando para saber qué es exactamente lo que me gusta de mi mismo. Muy forzadamente fui encontrando cosas que me gustan de mi, y que la nube negra me impedía ver. Me considero una buena persona, buen compañero, siempre dispuesto a escuchar o dar una palabra de aliento a quienes me rodean. Me gusta el hecho de considerar lo humano y afectivo por sobre el dinero, considerando esto último algo necesario para sobrevivir pero nada más (algo que, en mi delirio, lo llevé al extremo, pero no quiero hablar de eso ahora). Me gusta que siempre le busco la vuelta para aportar algo medianamente diferente, que no siga la corriente. Me gusta que me aburra y evite a la gente básica, individualista, que no escucha, que se hace ver. Me gusta que mis amigos, mi familia y mi pareja me banquen la cabeza a pesar de que estoy insoportable. Me gusta querer cambiar las cosas.

Así, muy progresivamente, llegué a darme cuenta que antes de todo este episodio yo tenía un propósito. Hoy en día ya no me importa, porque se derrumbó, y hasta me genera un poco de asco pensar en el tiempo que invertí en él, pero en su momento me pareció que estaba cambiando el mundo desde mi lugar. Ahí estaban mi padre, mis amigos, mi pareja, la interacción con los oyentes, la satisfacción de una buena tarea y un buen equipo. Eso ya no existe más, pero mi energía no cambia. Si siendo como soy pude construir algo tan hermoso, aparecerán cosas nuevas. No me odio a mí, odio la realidad. Y quiero actuar para cambiarla. No importa si nadie me da pelota (de hecho, lo de las transmisiones se hizo mucho más grande de lo que pensaba, y se volvió contra mi).
Si no me quiero, no me puedo dejar querer. Y por más que la nube negra me persiga yo me quiero. Esta personalidad la construí yo, voy a salir de esta situación